lunes, 2 de septiembre de 2013

Carbón y tierra



Yo no soy real.
He tenido tantos nombres a lo largo y a lo ancho de la historia
y de lo que todavía no es historia también.
He tenido prosélitos y guardias de celda
a los que sobrevivía con un soborno.
He tenido jueces que me han crucificado
y escritores que me han resucitado.

He sido un claustro de insultos, un puño en alto.
He sido una oda en halagos, la corona de su majestad.
He sido sequía de palabras y abundancia de fe.
He sido la oscuridad enmascarada de bondad,
la luz vestida de carbón y tierra.

Todo moretón es maquillable, toda herida es ocultable.
¿Por qué no ir por la vida magullado, atenerse sólo al momento,
sin importar pena ni precio?
¿Por qué vivir si lo que se ve en los rincones de este gran islote,
que vagabundea lejos de la profundidad del mar,
no es más que un derroche de vida?

Soy la huella de la trituradora sobre el bosque generoso de tu memoria.
Soy el temblor que centrifuga en tu cálido pecho y que no espera a ningún dios.
Soy el silbido de la ira que sigue el ritmo ocasional que vayas a escuchar.
Soy la semilla que fue plantada patas arriba.
Mi flor se ha marchitado pero mis raíces aún buscan dónde enmarañarse.
Soy el pretexto para empezar una revolución.

Niño, niño, niño de lágrimas de humo:
no mires el estupor y la desilusión en la cara de tu madre.
Ella sabe, ella sabe.
Niño, niño, niño, no agaches la cabeza cuando veas pasar
a los que de tu primer aliento secuestraron mi existencia.
Mantén la frente en alto, no le debes nada a nadie.
Soy tu libertad.

Seré todos los ojos en los que no descansarás,
todos los labios que jamás besarás.
Seré todos los brazos en los que nunca anidarás.
Soy los dedos de la inconsciencia que han dejado caer un libro en llamas.
Seré la morfina que necesitarás para caminar por esta cuerda floja.
Pero, más que nada, soy la libertad.
   

Lucila Cuvry

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