Yo
no soy real.
He
tenido tantos nombres a lo largo y a lo ancho de la historia
y
de lo que todavía no es historia también.
He
tenido prosélitos y guardias de celda
a
los que sobrevivía con un soborno.
He
tenido jueces que me han crucificado
y
escritores que me han resucitado.
He
sido un claustro de insultos, un puño en alto.
He
sido una oda en halagos, la corona de su majestad.
He
sido sequía de palabras y abundancia de fe.
He
sido la oscuridad enmascarada de bondad,
la
luz vestida de carbón y tierra.
Todo
moretón es maquillable, toda herida es ocultable.
¿Por
qué no ir por la vida magullado, atenerse sólo al momento,
sin
importar pena ni precio?
¿Por
qué vivir si lo que se ve en los rincones de este gran islote,
que
vagabundea lejos de la profundidad del mar,
no
es más que un derroche de vida?
Soy
la huella de la trituradora sobre el bosque generoso de tu memoria.
Soy
el temblor que centrifuga en tu cálido pecho y que no espera a ningún dios.
Soy
el silbido de la ira que sigue el ritmo ocasional que vayas a escuchar.
Soy
la semilla que fue plantada patas arriba.
Mi
flor se ha marchitado pero mis raíces aún buscan dónde enmarañarse.
Soy
el pretexto para empezar una revolución.
Niño,
niño, niño de lágrimas de humo:
no
mires el estupor y la desilusión en la cara de tu madre.
Ella
sabe, ella sabe.
Niño,
niño, niño, no agaches la cabeza cuando veas pasar
a
los que de tu primer aliento secuestraron mi existencia.
Mantén
la frente en alto, no le debes nada a nadie.
Soy
tu libertad.
Seré
todos los ojos en los que no descansarás,
todos
los labios que jamás besarás.
Seré
todos los brazos en los que nunca anidarás.
Soy
los dedos de la inconsciencia que han dejado caer un libro en llamas.
Seré
la morfina que necesitarás para caminar por esta cuerda floja.
Pero,
más que nada, soy la libertad.
Lucila Cuvry
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